miércoles, 16 de octubre de 2013

Ornamento y delito


ORNAMENTO Y DELITO. Adolf Loos.

El ornamento es fundamental en la cultura artística moderna de la época. Adolf Loos defiende que lo simple y lo sencillo es arte y defiende una represión del ornamento con tres razonamientos: Ético, porque entiende que el ornamento es un síntoma de incultura, Estético, porque el valor ornamental de la arquitectura se superpone a la construcción pura y simple, y Económico, por el coste que supone el ornamento en la moderna civilización industrial de la época.

El ornamento en la arquitectura no es un retroceso, ni una degeneración ni un delito. Si bien puede suponer un coste superior al de una construcción sin ornamentos, un edificio sin algún elemento ornamental puede parecer un edificio mudo, que no transmite nada, pero en esa falta de ornamento pueden captarse las expectativas de los lugares, la expresión del espacio. Ese edificio sin ornamento puede ser el producto de un deseo y una acción que facilite el encuentro del dueño con el lugar, representando una fantasía del poder económico. O puede suponer la metamorfosis de un espacio, sensible a una situación sentimental concreta.

La postura del autor es muy radical, sin concesiones de ningún tipo, cosa que no es de extrañar si se consulta su biografía. El ornamento nuevo es vencer al ornamento. Una cruz es un ornamento de origen erótico y una obra de arte por su simpleza (una línea horizontal y una vertical). El grado de civilización de un país se puede medir en función de los garabatos con símbolos eróticos que hay en las puertas de los retretes.

La evolución cultural no equivale a la eliminación del ornamento del objeto usual. Es cierto que mucho ornamento en un objeto o un edificio puede resultar excesivo tanto para la vista como para el coste de la obra, pero un muro blanco en un edificio puede parecer una hoja en blanco de un libro.

El ornamento en su justa medida no es una epidemia como defiende Loos, aunque sí tiene razón en algo si trasladamos la situación a la época actual: la misión de un estado es retrasar la evolución cultural de un pueblo, que un pueblo en baja forma es más fácil de gobernar y que esa epidemia ornamental está reconocida estatalmente y se subvenciona con dinero del Estado. Basta solo con ver algunas de las obras que se han hecho en los últimos años en nuestro país (Metrosol-Parasol en Sevilla, Ciudad de las Ciencias en Valencia, Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela).

Por otro lado, el ornamento puede ser bonito o puede ser un atentado, y el impulso del autor hacia la sencillez tampoco tiene que ser una mortificación. Todo es correcto en su justa medida. El creador del ornamento no es un delincuente, porque si se hace con criterio, no tiene por qué ser, como dice Loos, un atentado contra la salud, el patrimonio nacional y la evolución cultural.

Loos se equivocó de lleno en que el hombre del siglo XX sería cada vez más rico, según sus ideas sobre la eliminación de la ornamentación (a las pruebas me remito). La ornamentación es un producto natural de la civilización, creado por el hombre, y no representa un retroceso ni una degeneración.

Es evidente que la ornamentación encarece el objeto, por regla general, porque se le dedican más horas de trabajo, pero no es cierto que se pague más por un objeto simple y sencillo que por uno ornamentado. La ausencia de ornamento puede suponer una reducción de las horas de trabajo, pero no supone un aumento de sueldo, ni es fuerza ni salud desperdiciada, como defiende Loos.

La afirmación de Loos de que la forma de un objeto debe ser tolerable al tiempo que dure físicamente, es totalmente acertada. Critica a los ornamentistas que crean objetos tan recargados que el consumidor, pasados unos años, se harta de ese objeto y se ve obligado a adquirir otro. Estos cambios rápidos se traducen en más beneficio para el vendedor y más trabajo para el hombre. La idea de Loos de quemar una ciudad para dar trabajo a la gente es, cuando menos, agresiva.

El poder crear un objeto que perdurara tanto en el aspecto físico como en el estético permitiría pagar más por ese objeto, con lo que el trabajador ganaría más dinero y trabajaría menos. Esta idea podría haber sido válida a principios del siglo XX, pero en la época actual y con la industria actual es impensable. Si bien es cierto que ese pensamiento se puede dar en la actualidad en algunos objetos que se sabe que no pasarán de moda mientras duren, por ejemplo, un traje de chaqueta de hombre, que si en algún momento pasa de moda, seguro que en unos años, vuelve a estar al día.

Según Loos, en línea con sus ideas transgresoras, los objetos ornamentados producen un efecto antiestético y afirma que alguien de “su nivel cultural” no puede crear ningún ornamento. Por eso él solo predica para los aristócratas, que comprenden los ruegos y exigencias “del inferior”, y solo puede comprender el ornamento en “el persa, el cafre, la campesina o el zapatero”, que considera seres inferiores. Todo ésto no hace sino confirmar la catadura moral del autor.

Loos termina su manifiesto con otra frase lapidaria que confirma sus ideas: “La falta de ornamentos es un signo de fuerza espiritual” y afirma que "quien es capaz de llevar una americana no puede ser un artista, sino un payaso o un pintor de brocha gorda".

José Manuel Sánchez Segura
HTCA 2
Grupo 2.11

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