ORNAMENTO Y DELITO.
Adolf Loos.
El ornamento es fundamental en la cultura artística moderna
de la época. Adolf Loos defiende que lo simple y lo sencillo es arte y defiende una represión del
ornamento con tres razonamientos: Ético,
porque entiende que el ornamento es un síntoma de incultura, Estético, porque el valor ornamental de
la arquitectura se superpone a la construcción pura y simple, y Económico, por el coste que supone el
ornamento en la moderna civilización industrial de la época.
El ornamento en la arquitectura no es un retroceso, ni una degeneración
ni un delito. Si bien puede suponer un coste superior al de una construcción
sin ornamentos, un edificio sin algún elemento ornamental puede parecer un edificio mudo, que no transmite nada, pero en esa falta de ornamento pueden captarse las expectativas de los lugares, la expresión del espacio. Ese edificio sin ornamento puede ser el producto de un deseo y una acción que facilite el encuentro del dueño con el lugar, representando una fantasía del poder económico. O puede suponer la metamorfosis de un espacio, sensible a una situación sentimental concreta.
La postura del autor es muy radical, sin concesiones de ningún tipo,
cosa que no es de extrañar si se consulta su biografía. El ornamento nuevo es
vencer al ornamento. Una cruz es un ornamento de origen erótico y una obra de
arte por su simpleza (una línea horizontal y una vertical). El grado de
civilización de un país se puede medir en función de los garabatos con símbolos
eróticos que hay en las puertas de los retretes.
La evolución cultural no equivale a la eliminación del ornamento del
objeto usual. Es cierto que mucho ornamento en un objeto o un edificio puede
resultar excesivo tanto para la vista como para el coste de la obra, pero un
muro blanco en un edificio puede parecer una hoja en blanco de un libro.
El ornamento en su justa medida no es una epidemia como defiende Loos,
aunque sí tiene razón en algo si trasladamos la situación a la época actual: la
misión de un estado es retrasar la evolución cultural de un pueblo, que un
pueblo en baja forma es más fácil de gobernar y que esa epidemia ornamental
está reconocida estatalmente y se subvenciona con dinero del Estado. Basta solo
con ver algunas de las obras que se han hecho en los últimos años en nuestro
país (Metrosol-Parasol en Sevilla, Ciudad de las Ciencias en Valencia, Ciudad
de la Cultura en Santiago de Compostela).
Por otro lado, el ornamento puede ser bonito o puede ser un atentado,
y el impulso del autor hacia la sencillez tampoco tiene que ser una
mortificación. Todo es correcto en su justa medida. El creador del ornamento no
es un delincuente, porque si se hace con criterio, no tiene por qué ser, como
dice Loos, un atentado contra la salud, el patrimonio nacional y la evolución
cultural.
Loos se equivocó de lleno en que el hombre del siglo XX sería cada vez
más rico, según sus ideas sobre la eliminación de la ornamentación (a las
pruebas me remito). La ornamentación es un producto natural de la civilización,
creado por el hombre, y no representa un retroceso ni una degeneración.
Es evidente que la ornamentación encarece el objeto, por regla
general, porque se le dedican más horas de trabajo, pero no es cierto que se
pague más por un objeto simple y sencillo que por uno ornamentado. La ausencia
de ornamento puede suponer una reducción de las horas de trabajo, pero no
supone un aumento de sueldo, ni es fuerza ni salud desperdiciada, como defiende
Loos.
La afirmación de Loos de que la forma de un objeto debe ser tolerable
al tiempo que dure físicamente, es totalmente acertada. Critica a los
ornamentistas que crean objetos tan recargados que el consumidor, pasados unos
años, se harta de ese objeto y se ve obligado a adquirir otro. Estos cambios
rápidos se traducen en más beneficio para el vendedor y más trabajo para el
hombre. La idea de Loos de quemar una ciudad para dar trabajo a la gente es,
cuando menos, agresiva.
El poder crear un objeto que perdurara tanto en el aspecto físico como
en el estético permitiría pagar más por ese objeto, con lo que el trabajador
ganaría más dinero y trabajaría menos. Esta idea podría haber sido válida a
principios del siglo XX, pero en la época actual y con la industria actual es impensable.
Si bien es cierto que ese pensamiento se puede dar en la actualidad en algunos
objetos que se sabe que no pasarán de moda mientras duren, por ejemplo, un
traje de chaqueta de hombre, que si en algún momento pasa de moda, seguro que
en unos años, vuelve a estar al día.
Según Loos, en línea con sus ideas transgresoras, los objetos
ornamentados producen un efecto antiestético y afirma que alguien de “su nivel
cultural” no puede crear ningún ornamento. Por eso él solo predica para los
aristócratas, que comprenden los ruegos y exigencias “del inferior”, y solo
puede comprender el ornamento en “el persa, el cafre, la campesina o el
zapatero”, que considera seres inferiores. Todo ésto no hace sino confirmar la
catadura moral del autor.
José Manuel Sánchez Segura
HTCA 2
Grupo 2.11
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